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En tiempos antiguos sucedió una vez que hubo una gran hambruna, los niños y ancianos morían de hambre porque en los lugares donde acostumbraban juntar bulbos de lirios, raíces dulces, hierbas y granos de cereales silvestres y naturalmente, animales salvajes, habían desaparecido.
En tiempos antiguos sucedió una vez que hubo una gran hambruna, los niños y ancianos morían de hambre porque en los lugares donde acostumbraban juntar bulbos de lirios, raíces dulces, hierbas y granos de cereales silvestres y naturalmente, animales salvajes, habían desaparecido.
Dónde
estaba todo aquello?, dónde se escondía?
Ante la
emergencia decidieron enviar a todos los jóvenes de la tribu en distintas
direcciones a buscar alimentos, pero volvían después de varios días, exhaustos
y hambrientos. Solo uno de ellos no regresó. Según cuentan, este joven caminó
días y días recorriendo los bosques y al llegar a un pequeño claro rodeado de
araucarias sintió un murmullo y que algo le contaban aquellos árboles
milenarios. Inmediatamente se encomendó a los espíritus del lugar en señal de
respeto y evitó detenerse. Mientras caminaba, el viento le rozaba el rostro y
parecía hablarle, le decía que se detuviera. El joven temeroso se sentó sobre
una piedra a rezarle a su buen dios pensando que algo malo lo acechaba cuando
de pronto, al levantar la vista, se encontró con un anciano de barba blanca muy
larga, que lo miraba dulcemente. El hombre le preguntó que hacía allí solo; el
joven le respondió que había sido enviado por su gente en busca de alimentos
¿pero cómo, no son buenos para ustedes los piñones, los frutos de las
araucarias que están esparcidos por todo el lugar? el joven replicó que esos
frutos para su gente eran venenosos y por lo tanto incomibles. Haciéndose de
paciencia el anciano le explicó como conservarlos y de que manera prepararlos
con agua buena, desapareciendo de improviso luego de aquella explicación. El
joven agradecido llenó sus alforjas con estos frutos y regresó feliz con su
gente y les relató lo que le había sucedido. Los más prudentes al escuchar esta
historia asintieron que solo su buen dios podría haber sido aquel anciano que
vino para ayudarlos.
Desde entonces, todos los años, las familias viajan hacia el bosque del pehuén en busca de este preciado fruto y celebran como una fiesta este regalo de su dios, para toda su gente.
Composición
- Guitarras, Trompe, Trutrukas y Percusión: Carlos Bello
Quenas, Quenachos y Sikus: Pablo Córdoba
Historia recopilada por:
Bertha Koessler
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